viernes, 31 de diciembre de 2010

soñé que alguien montaba vacas y pasaban frente a mi casa. parece que una de ellas se quedó atrás y cansada se acostó en la grama de mi patio de al frente. ahí se quedó varios días. luego mugía y se asomaba al portón. quería entrar. mugía. la dejé entrar a la marquesina y al balcón y le dí un poco de hojas para comer. solo comía si era dentro de la casa. se acostó en la marquesina. nos quería.

domingo, 17 de octubre de 2010

mi cotidianidad a sueldo se basa en la asistencia y la venta. en la venta y la asistencia. hoy mucha gente vino a mi casa. mucha equivale al número 10. hoy 10 gente vino a mi casa. así sucedió.

leo la correspondencia. me hace feliz. casi nunca me escriben. lo leo con calma, con más tiempo. suena a otro lugar y otro tiempo. eso siempre pasa con las personas que uno se corresponde.

extraño el tiempo mío. ya no lo quiero.

la pila de ropa sucia se extiende algunos pies por encima del cajon

por encima de la tapa cerrada

tiro un papelillo

pero no cae en el zafacon

he dejado caer la guitarra

y le falta una cuerda

mis amigos no contestan

y en esta playa no hay mas nadie




regrese de un pequeño viaje

los pinceles no se han movido

en el fregadero hay un plato, dos vasos

y un cuchillo

las hojas de albahaca se han vuelto amarillas

por falta de agua

estamos igules

y eso, que deje la puerta sin seguro

pero nadie entro - para que nadie entrara

domingo, 1 de agosto de 2010

domingo

hoy es domingo, como tantos otros domingos. como hace siete días, que fue domingo también.
Enrique heredó la empresa de su padre. Así lo quiso. Aunque apenas lo veía, cuando llegaba de viaje, siempre le traía algún regalo de los países que visitaba. Le contaba de los lugares que había visto y de los idiomas que se hablaban. Cuando su padre habló de retirarse, Enrique estaba decido en convertirse su aprendiz. Su madre le sugirió que desistiera de esa idea, por los peligros, pero fue inútil. Al poco tiempo, Enrique tuvo que aprender sobre todos los artistas de la historia, sus contextos y sus técnicas, pero más importante aun, el valor neto de las obras de arte. No fue difícil para él, convertirse rápidamente en el traficante de arte mas hábil del mundo.

Todo esto lo sé porque llevo investigando la vida de Enrique hace doce años. Al principio mis métodos de investigación eran los tradicionales: buscando sus archivos de ciudadano, haciendo preguntas, siguiéndolo de vez en cuando. Así, no llegué a ningún lado. Entonces me di cuenta que tendría que trabajar desde adentro. Al menos, sabía que pronto se haría la venta de una obra de arte que rompería los estándares en costo. De la obras vendidas al precio más alto en la historia. Ahora, solo falta averiguar de qué pieza se trata y quién es el cliente.

Nora yacía en la cama, hacía frío. Recordaba la primera vez que había entrado ahí. En mayo, había llovido. Vino con Enrique a pie, se acababan de conocer en la barra dos cuadras más abajo. Ella sabía que él estaría ahí. Entraron por la gran boca de acero de un edificio ultramoderno, con paredes de mármol y cristal. El elevador los llevó hasta el último piso y entraron por la única puerta. Adentro todo era blanco y apenas habían muebles. A diferencia de la ropa y el pelo de Enrique, en el apartamento todo estaba impecable. Solo había un cuadro en la pared, una cama en el piso y cinco libros. Ahora ella estaba acostada en la cama mirando el reflejo de las luces de los edificios vecinos, como tantas otras veces.

(Enrique se sentía abrumado por la cosas, los objetos, las memorias. Por eso ahora prefería una ambiente más minimal. La casa en que creció siempre estuvo llena de objetos y palabras. Su madre era coleccionista, de todo. Tenía una colección de monedas, de cofres de madera, de flores prensadas, de libros con ilustraciones, de figurillas de dinosaurios, de camafeos con perfiles mirando a la derecha, de manuales de operación de aviones, de telas con patrón de lirios, de termómetros, de instrumentos extraños, de máscaras africanas y, por último, su recién adquirida afición por las boas de pluma. Todo esto inundaba los cuartos de polvo, hongos y un olor que solo se huele en estos tipos de casa.)

Sonó el celular.
- Nora, mi amor, creo que llegaré más tarde de lo que pensaba. Con esta gente es difícil negociar.
- No te preocupes. Yo ya me iba a dormir como quiera. Buenas noches.
- Adiós.

Nora se puso en marcha. Tomó el bulto con sus escasas pertenencias que había en el apartamento. Tomó el maletín. Se acercó a la pared y se detuvo. Observó su cara: el retrato del Dr. Gachet. Van Gogh. La metió en el maletín y se dirigió a la puerta. En una hora se encontraría con ellos en un restaurante llamado Portobello. Allí, pareciendo un cena de amantes, se intercambiarían maletines y comenzaría la nueva vida de Nora. En la madrugada salía su avión para Brasil. Yo no sabía nada.


Epílogo
Enrique llegó ilusionado a una casa vacía, impecable.

sábado, 31 de julio de 2010

corresponde a

mi cotidianidad a sueldo se basa en la asistencia y la venta. en la venta y la asistencia. hoy mucha gente vino a mi casa. mucha equivale al número 10. hoy 10 gente vino a mi casa. así sucedió.
leo la correspondencia. me hace feliz. casi nunca me escriben. lo leo con calma, con más tiempo. suena a otro lugar y otro tiempo. eso siempre pasa con las personas que uno se corresponde.
extraño el tiempo mío. ya no lo quiero.

viernes, 30 de julio de 2010

quién diría que te fuiste

un silencio interminable, saudade, sudor, quietud, no se siente nada, nos sentimos nada, no siento, lo siento.
un charco incomentado, indocumentado, nada se dice ya, nada se cuenta, ya no contamos, no nos contamos.

lunes, 5 de julio de 2010

quién diría que has vuelto

qué paz se respira
viéndote dormir
entre sábanas tibias

martes, 8 de junio de 2010

para las barbas

tu barba vale más que cien pelícanos en un malecón
vale más que la vida misma
que la vida de una hormiga
tu barba vale como valen los juegos de azar
en esos todo se vale
pero no vale que aparezcas un día
desaliñado y sin barba
ausente, aniquilada
no vale que me digas que no te gusta tu barba
que no vale nada
porque tu barba vale más que mi opinión
vale más que toda la arena en una playa
y que todos sus caracoles
y hasta me atrevo a decir
que vale más que todos los bañistas
lo siento
pero es irremediable
es imperativo que tu barba crezca
porque la tarde no vale nada
si no tienes tu barba

domingo, 6 de junio de 2010

miércoles, 26 de mayo de 2010

"sadness is a wallpaper
joy is artwork in the wall
i am a collectionist
look at all my art
but behind the frames
there's the sadness i recall"

- perry simmons

lunes, 10 de mayo de 2010

Madres

Ana Cacho: Sola en el día de las madres.
- Titular de el Nuevo Día (Primera Plana)

Sabemos quiénes son hindúes (o indios, no sé, gente de la India, esto siempre me confunde) por la piel y las cejas. También por los pantalones blancos, los zapatos puntiagudos de cuero (blanco), las prendas, los colores, las flores. Hablan en otras lenguas, pero a veces dicen bye-bye, o piden reservaciones en español. La niña es hermosa, educada, me hubiese gustado preguntarle el nombre. Nicole o Prerna?
Los Ficos, los de siempre, sabemos quién es su padre. El nos contrata, él contrata a todos aquí. Son unos cuantos hermanos y primos, he estado antes en su casa. Por lo general se distinguen por rubios y engreídos. Uno de ellos trató de arrancarme el frisbee de la mano. Lo miré severamente, pero a sus espaldas estaba la playa y pude ignorarlo fácilmente. El otro no paró de decir culo, pero a pesar de todo creo que es un niño bueno, como que ha mejorado. Quizá en el futuro sea simpático.
Todo el mundo es servicial (quiero decir, solo aquellos que proveen el servicio lo hacen muy bien) y el landscaping es increíble, de maravilla. Palmas, helechos, el lago y las garzas. Un cangrejo murió a merced de un frisbee violento. Este iba controlado por la mano agresiva de un monstruo de siete u ocho años. Este lugar está lleno de monstruos. (y de tragos a medio beber.)
Los abuelos, siempre a la mirilla. Quizá con ellos empezó todo esto, pero no importa. Ahora lucen tiernos y vencidos ante el tiempo, que ha sido lo único que no han podido comprar. Luego, bajo la llovizna y bajo la sombrilla, se montan en una van familiar Honda, negra y nuevecita, y se van a la Villa, y allí descansan.
A veces pienso en que los otros empleados (los que están siempre) nos miran como entendiéndonos, o avisándonos del desastre que se avecina. Nos prestan los carritos de golf, pero nos advierten que todos allí están muertos, cuidado. Otros miran pidiendo rescate, auxilio. No saben cómo llegaron y no saben cómo salir de ahí. Los ataviaron con guayaberas que uniforman y los soltaron en un corral donde un hombre toca guitarra en una esquina. El también está aquí solo por ahora, más tarde se irá.
Entonces nosotros nos fuimos también, después de maquillarnos en otros. Gatitos, tigres, princesas, mariposas, y un niño me pidió que le pintara un tren. (En el cachete.) Hice un tren negro, como de los de vapor, con la parilla triangular de al frente, una chimenea con humo y un vagón. No se me ocurrió cómo pintar un tren moderno. No puedo pintar cosas tan cercanas a mí.

sábado, 8 de mayo de 2010

Sábado

En la Estación de Roosevelt se montó un joven de pelo marrón, camisa de botones y pantalones. Durante el viaje en tren me miraba, y a veces hablaba por teléfono. Cuando llegamos a Sagrado Corazón, pensando que nuestros caminos se separarían, me miró como despidiéndose. Para nuestra sorpresa, ambos íbamos a tomar la misma guagua en dirección a San Juan. Durante el viaje en guagua, me miraba.
Con la mirada le dije
-Yo no quiero jugar este juego.
-¿Cuál juego?
-El juego de las miradas.
Luego, el asiento a mi lado se desocupó y él se sentó. Desde ahí me miraba las manos. Creo que esperaba que abriera mi libreta.

domingo, 11 de abril de 2010

Profesora Agosto

Yo soy cualquiera. Aclaro, no quiero decir que soy una cualquiera, sino que soy (o podría ser) cualquiera de nosotros. Mi existencia da más o menos igual. Creo que no me considero una mujer de ambiciones ni grandes logros por la humanidad. Casi por casualidad terminé siendo profesora de francés en la Universidad. Mi padre era un orgulloso francés de montaña (ebanista) que tenía un primo que se fue a nueva York. Mi padre lo acompañó y conoció a mi madre (secretaria). Ella lo ancló en Santurce y nací yo, en medio de un griterío en francés y spanglish. Cuando me tocó decidir qué estudiar en la Universidad, no logré encontrar aquello que me “apasionara” (como todos quieren que hagamos), así que me fui al Departamento de Lenguas Extranjeras; no podría ser muy difícil para mí. Cuando me gradué no supe qué hacer, y pensaba que si no seguía estudiando, nunca encontraría trabajo. En París me acogió un tío ultra lejano (obsesivo compulsivo, amante de caballos) en lo que terminaba mi maestría y doctorado. Cuando volví a Puerto Rico me mudé a Miramar y ahora estoy aquí sentada en un banco en la plaza principal de la Universidad viendo la gente pasar.

Mis estudiantes son buenos. O sea, no todos son los más inteligentes, pero me gusta la complicidad de verlos todos los días y saber sus nombres. Al cabo de algunas semanas siento que puedo predecir cómo van a venir vestidos, o quiénes van a faltar. Quizá ellos hacen lo mismo conmigo y sus otros profesores, pero tal vez no. Yo siempre estoy atenta. En la sección de las diez de la mañana siempre noto a uno. Me recuerda a mi hermano. Tiene algo extraño en la cara, tal vez las cejas y algún abuelo árabe. Es casi imposible no mirarlo. Siempre llega temprano, tiene muy buena pronunciación y yo diría que es de esos que estudia para los exámenes. No sé por qué me llamó la atención. Es bastante callado. Hay otros (y otras) de los que también estoy pendiente, pero no como a éste. Se llama Jorge Medrano.

Siempre me pregunto por qué la gente tiene que escuchar la música tan alto. No es extraño que alguien en la guagua utilice su celular como radio (con vibraciones sin bajo, como en off) para anunciarle a todos allí la última canción de Tercer Cielo. A veces quisiera regañarlos, pero yo no estoy para eso. Además, parece que la guagua no es el lugar para regaños, ni para nada. No se crean, en la Universidad también lo hacen, pero menos. Eso no significa que no estén enviando mensajes de texto o chequeando Facebook en su Blackberry. Yo lo sé porque yo también tengo uno. Cuando fui a renovar mi contrato me dieron la opción de obtener un Blackberry por solo treinta dólares, y ¿por qué no?

Son las dos de la mañana y estoy despierta porque tomé demasiada agua antes de dormir. Me levanté un poco asustada y con unas ganas increíbles de mear. Es que hace frío. Tuve que bajar la velocidad del abanico. Qué raro, dejé el televisor prendido. Juraba haberlo apagado antes de acostarme, pero parece que no. Estaban dando un infomercial de una aspiradora milagrosa. La Compact Taurus 3000 llega a las esquinas debajo de los muebles como ninguna otra aspiradora debido a su diseño esbelto y movedizo. También es muy útil para escaleras. En mi casa no hay alfombras, así que lo apagué. Siempre hay silencio en esta casa, excepto por los carros. Vivo en un segundo piso que da para la Ponce de León y es imposible pedirle a la ciudad que duerma. Me imagino que tiene que ser peor en New York. Por eso no me quejo. Aunque creo que no me quejo tanto. Por ejemplo, ayer fui a una barrita por aquí cerca, La Paloma. El día había sido insoportablemente normal (como todos). Pedí una Medalla y me la bebí tranquilamente. Cuando fui a pagar me cobraron de más, pero no dije nada. Tampoco dejé propina porque quizá la asumieron en los setenticinco centavos adicionales que me cobraron, o quizá subieron los precios. No hubiese dejado propina como quiera.

(Cuando iba caminando para casa vi un grupo de jóvenes yendo a algún lugar. Fue cómico. En el grupo estaba ese muchacho de la clase, Medrano. A los demás no los reconocí. Me miró y sonreímos, pero más nada, como si no nos conociéramos. Tiene una mirada muy particular, es por los ojos que son muy grandes (y las cejas). No sé qué pasó pero me quedé el resto de la noche pensando en él. Me pregunto dónde vive. Tiene cara de que en Guaynabo, pero eso de caras no me gusta.)

Traté de masturbarme. Me sentía rara, pero cuando decidí hacerlo me fui a la cama, me acosté y apagué la luz. Me dejé los panties puestos y empecé a tocarme pero todo era bastante desabrido. Se me hace difícil pensar en cualquier cosa, no sé ni qué me excita. Nunca tengo que ser yo la que pasa el trabajo, es agobiante. Estuve traqueteándome como diez minutos, pero era un poco ridículo. Fui a lavarme las manos y me acosté.

Estaba viendo una película en TCM, cualquiera en blanco y negro, y me llamó mi madre para preguntarme cómo estaba. Hace como tres semanas que no la veo y quedé en acompa¬ñarla a Plaza a que se comprara unos zapatos. Yo también salí con algo, un suéter. Hablamos de la Universidad, de todos los revoluces de recortes y huelgas. Está preocupada porque cree que me pueden botar. Soy la más joven en el departamento y ella dice que a Lenguas Extranjeras lo van a aniquilar, a sacar del mapa por completo. Yo creo que ella lee demasiado los periódicos, pero puede ser verdad. Yo también estoy preocupada, pero por eso me porto extra-bien. Creo que tengo buena reputación porque no soy tan mediocre y le agrado a los estudiantes. Me imagino que se identifican o algo porque soy más joven que los otros fósiles, quiero decir, profesores (demasiado puntuales, demasiado franceses).

Hoy Medrano se quedó después de la clase para decirme que tiene que faltar al examen del jueves porque tiene una cita médica que no puede cambiar, pero que lo puede coger antes, cuando fuese, incluso ahora. Le dije que estaba bien, que podía tomarlo el miércoles con la sección de la una de la tarde. Fue raro. Me hablaba bien de cerca y me dijo que me había visto caminando el otro día. Yo también te vi, le dije.

Hoy estaba en la guagua montada. En ella también iba un loquito gritando incoherencias. Algo sobre un celular, sobre un alboroto. También iban dos chamacos con pantalones de baloncesto diciéndole cosas al viejo. Nada fuera de lo normal. Entonces el viejo habló más alto mientras se bajaba en la Parada 18 con su bulto negro. En la próxima parada se bajaban los chamacos, y uno de ellos comenzó a buscar su mochila para bajarse rápidamente de la guagua. Una mochila nueva, mano, rosita con estrellitas. Buscó en el asiento de al lado, debajo de los asientos, se paró, miró en los asientos de atrás. A todos lados había gente pero no estaba la mochila. Otro viejo loco dijo que el otro viejo loco (el gritón) se la había llevado. Realmente era una teoría dudosa, yo lo vi todo. Una señora alzó las cejas, otros también miraban debajo de los asientos. El muchacho estaba medio molesto, dentro de la mochila estaba su billetera y una libreta. Luego se acordó que también tenía unos mahones. Después se bajaron, olvídate loco. Eso le pasa por despistado.

Al fin llegó el viernes. Esta semana ha sido muy fuerte. Para premiarme me fui al Boricua a sentarme y encontrarme todos esos locos de mi generación que, como yo, llevamos diez años o más brindándole una fidelidad intermitente a la misma barra. Hay gente que le parece raro una mujer bebiendo cerveza sola en una barra, como por ejemplo a mi madre. No me importa. Prefiero hacer esto que ver televisión, es un facsímil razonable. Hoy en día solo dan porquerías en la televisión. Me gusta aquí porque se puede mirar fácilmente a la calle, y por aquí siempre hay promesa de transeúntes interesantes. Me distraje viendo una muchacha que no lograba un estacionamiento paralelo. Me reí. Entonces apareció Medrano. Se sentó a mi lado y pidió una cerveza. Estuvimos hablando un rato.

Cuando terminamos la segunda cerveza, nos miramos. No sé por qué estaba ansiosa, pero me dijo que no tenía nada que hacer. Le dije que camináramos por ahí. Dos cuadras más abajo y tres tecatos más tarde, nos sentamos en la plaza de Río Piedras, creo que se llama la Plaza de la Convalecencia. Me refiero a la que tiene una iglesia y está en frente al tren. Hablamos un rato de cualquier cosa. Me distraje viendo los balcones de la calle Arzuaga, están como abandonados. Vi el Hotel Oviedo y me acordé de la vez que un abogado me convenció de acompañarlo a conocer sus gatos Wendy y Lucas (ambos estábamos borrachos) y me llevó ahí. Nunca supe si de verdad vivía ahí o si fuimos solo por esa noche. (Ahí no había ningún gato.)

Hablamos un rato más y entre una cosa y otra me dijo que yo era muy bonita. Me estuvo raro pero me excité como a los quince años. Entonces le señalé el Hotel Oviedo y le mentí que siempre había querido entrar ahí porque parecía deshabitado (realmente nunca he visto gente entrando o saliendo, incluso a mí misma). Además, me parece interesante cómo está pintado (blanco y verde), le dije. No sé si es que fui muy obvia, pero al rato cuando nos pusimos de pie ambos empezamos a caminar hacia allá (realmente ésa era la dirección de regreso). Tampoco sé por qué, entramos como si lo hubiésemos acordado anteriormente. En el counter estaba un hombre con cara de aburrimiento leyendo la revista Vea frente a un wallpaper de flores. Hace tiempo que no veía una pared con wallpaper ni a alguien leyendo Vea. Como en los hoteles de las películas, había un pequeño cajón de madera con ganchitos donde se cuelgan las llaves de las habitaciones. Titubié, pero le pregunté que cómo eran los precios. Automáticamente empecé a contarle que yo venía de un pueblo lejos y que no tenía pon ni dónde quedarme, como si le importara. Fue estúpido, porque andaba con un hombre.

3-A. Nos sentamos en la cama. Nos besamos como adolecentes. Me quité torpemente la camisa y lo mismo le hice a él. Me detuve y observé su pecho desnudo. Creo que se asustó con la pausa y me quitó los pantalones. Todo sucedía bastante lento. Cuando finalmente estábamos desnudos me di cuenta de lo que estaba haciendo, pero ya era muy tarde. Su piel estaba muy caliente, ardía. Qué raro, yo tenía un poco de frío. El vago aire acondicionado me daba directamente en la espalda, era una de esas consolas ochentosas con rejilla simulando madera. Por eso me acosté y él quedó sobre mí. Se cercioró de que estaba húmeda y me miró como preguntándome. Creo que le dije que sí y se puso un condón y se acercó a mi cara. Ya estaba adentro. Estuvimos un rato en esas. Estuvo bien. El fue muy silencioso, no soltó ni una palabra.

Como eso era un hotel de verdad con tarifa de hotel de verdad, nos dimos el lujo de quedarnos dormidos. A las seis de la mañana me levanté sobresaltada. El ya estaba despierto. Le dije buenos días, creo que es hora de irme. Me bañé, me vestí y nunca dijimos nada. Bajamos los dos a la vez, devolvimos la llave al mismo hombre de la noche anterior y salimos. Estaba amaneciendo y la calle estaba empezando a moverse. Me despedí y le dije que me iba en la guagua. Ofreció darme pon pero le dije que prefería tomar la guagua (era mentira, obviamente). Me acompañó hasta la parada y luego se fue. Me monté en la Uno para bajarme en Sagrado Corazón y volverme a montar en otra Uno para bajarme frente a Pueblo de Miramar y llegar a mi casa. Por lo menos, era sábado.

Hoy me tocó dar la clase de Jorge Medrano. Tengo que admitir que estaba muy nerviosa. Traté de disimular y hablamos sobre el condicional y lo aplicamos a situaciones de la vida diaria que se dan en la ciudad. Una excelente manera de aprender vocabulario útil. El evadió mi mirada un par de veces, pero creo que no se vio raro. En general la gente no está pendiente. Después de la clase se quedó. Luego me llevó a mi casa. Luego ya no supe quiénes éramos.

lunes, 22 de marzo de 2010

De cómo los humanos llegaron a conocer el sonido

Era un tiempo inaudible. Era un tiempo mudo. El goce del sonido, de la voz y de la música estaba reservado solo para los dioses que habitaban en el Ora. En la tierra, los humanos no podían emitir ruido alguno, ni tampoco escucharlo. En la tierra no existía vibración.
El dios Zun, el de la voz hermosa, acostumbraba a descender a la tierra disfrazado de mendigo. Así podía observar a quien quisiera y pasar desapercibido. Una tarde vio a una joven que cargaba con un saco de frutas. Era la mujer más hermosa que había visto. Cuando pasó frente al mendigo se detuvo y le obsequió una fruta. El dios trató de hablarle, pero ella, al no escucharlo, siguió caminando sin notarlo.
Al volver al Ora, el dios Zun no pudo parar de pensar en la belleza de la joven que había visto. Pensó que si su imagen eran tan hermosa y su bondad tan desinteresada, su voz sería la más dulce y plácida y digna de ser escuchada por todos, incluso en la tierra.
Al próximo día, disfrazado de mendigo, el dios Zun otorgó a los humanos la capacidad de entender el sonido y de crearlo, con la condición de que comprendieran también el silencio. Llamó a la joven de las frutas para por fin escuchar su voz, pero todos los humanos respondieron a la vez, y sus voces fueron escuchadas como una sola.

La interrupción

Una llamada telefónica lo despertó a las 2:42 de la madrugada. Era su padre.
- ¿Hello?
- Chico, qué bueno que contestas. Es que tuve un problema… y a ver… si me ayudas. Es que, mano, se me quedó el carro, ¿me puedes buscar?
Entonces, el silencio de un párpado.
- Eh… ¿en dónde es que tú estás?
- Hijo, no importa ahora. Mira, coge las llaves del Accord, hay unas en la gaveta a la derecha de la estufa, dentro de una ziploc.
- Ok… Papi, dame un break pa’ despertarme. Te llamo ahora.

Su padre
Era un pediatra respetado. Su trato coloquial y simpático con los niños pacientes agradaba a los padres. Siempre decía algún chiste o comentaba sobre algo impresionante y positivo que había descubierto.
"Oye, fíjate lo que son las cosas, el otro día leí una noticia de una vaca en Escandinavia que salvó a una familia de un incendio en su casa. Parece que ella olió algo, no sé, y empezó a mugir, y correr y pataletear hasta que despertó la familia, y juá, se dieron cuenta y pa’ fuera se ha dicho. Lo que son las cosas…"
Algunos se reían con sus historias, otros simplemente querían ser atendidos.
Tenía tres oficinas. Las hordas de niños enfermos inundaban las salas de espera, pero había diseñado un eficiente sistema de citas donde nadie esperaba más de dos horas para ser atendido. Era muy meticuloso.
Además de ser reconocido por su práctica, era un intelectual afamado. Entre sus ensayos más destacados se encontraban “Psicosis infantil en el siglo XXI: autismo precoz y esquizofrenia infantil” y “Delirio del infante: agentes catalíticos”. Su pasión no era escribir, pero la gratificación de ser citado y aplaudido lo llenaba como nada más lo lograba.

- ¿Hello? ¿Dónde carajo tú estás? Ya estoy saliendo de casa.
- Ajá, mira, estoy en Condado, en la calle Atlantic Place, tú sabes, esa que tiene el caminito para la playa. Estoy en frente a una casa amarilla en la esquina.
- Ok, estoy yendo pa’ lla. Yo no sé cómo mami no se despertó con el alboroto que hizo Moti cuando me iba.

Moti
Era una ruidosa perrita maltés blanca de dos años y medio. Su padre se la había regalado a su madre en su aniversario número veinte. Durante una cena especial (habían dejado al menor con la tía, él en cambio ya era grande, estaba en casa de unos amigos) su padre había revelado el secreto que estaba guardando en un kennel forrado de toallas.Su madre, que ya se esperaba el obsequio, saltó a los brazos de su esposo y se abrazaron. Esto no era frecuente, pero lo fue esa noche.
Por un tiempo Moti fue el tema principal de la casa. La bañaban al menos una vez en semana, y una vez al mes la llevaban al grooming donde le ponían unossimpáticos lazos rosas en las orejas, para que pareciera que tenía dos moñitos. La familia se turnaba para servirle la comida, pero de todos modos, todos formaban parte de esta actividad a la misma vez. El menor buscaba el plato, su madre buscaba la bolsa de comida seca, él la echaba y su hermano menor devolvía el plato al área de comida. Su padre observaba con el rabo del ojo a la misma vez que veía las noticias en el televisor. Había explotado la refinería Gulf en Cataño. Todos se arremolinaron en la sala para presenciar el suceso.

Bajó las ventanas. Hacía el frío que hace a las tres de la mañana. El túnel Minillas estaba casi vacío. Su mente se sentía como el vaivén del patrón de las losas ondulantes, nauseabundo. No recordaba la última vez que había estado tan ansioso. Hace algunos años las cosas habían dejado de emocionarlo. Aunque no le sorprendía que su padre estuviese metido en el algún lío (otras veces llegaba muy tarde, podía oír las peleas atragantadas por la pared) no podía creer que ahora, por fin, supiera dónde estaba. De ahora en adelante, mentía.

Él
Ya mismo terminaba la escuela secundaria. Cursaba su año senior en un colegio católico del área metropolitana. Tenía muy buenas notas y pertenecía a varios clubes: al Modelo de las Naciones Unidas, al National Honor Society, y al Chess Club. Era muy aplicado. A pesar de estar entre los cinco mejores promedios de la clase, tenía una novia. La más guapa. Su nombre era Ana María. Sus padres no la dejaban salir mucho, así que se veían principalmente en la escuela, y ocasionalmente iban al cine o a alguna fiesta familiar. El,sin embargo, podía hacer más o menos lo que quisiera. Se iba de camping con sus amigos a Culebra, le prestaban el carro para ir a San Juan los fines de semana y no era un secreto que bebía y fumaba. Sus padres estaban muy complacidos con su desempeño, ahora estaba en una etapa medio rebelde, pero pronto podría involucrarse plenamente en el mundo que lo llamaba: la medicina. Últimamente, las indirectas de su padre se habían materializado. Había mandado que su secretaria le imprimiera todo lo necesario para solicitar a su Alma Mater, Fordham University, The Jesuit University of New York. No le molestaba tanto porque estaba indeciso de todos modos, y porque muy probablemente Ana María iría a estudiar a New York también.

Antes de la repostería Kasalta, doblo a la izquierda. Sus manos sudaban ante el guía de cuero. Prendió el aire y extendió la palma frente al viento helado. Se detuvo frente a donde su padre le había indicado. Era la casa más amarilla que se veía, aunque a la luz de los postes podía ser cualquiera. El número estaba hecho en mosaico: 1031.
Un poco más adelante estaba su padre sentado en el borde de la acerca con las manos en la frente y la vista hacia el piso. Tan pronto oyó el carro se puso de pie, frotó sus manos nerviosamente contra los mahones, luego aplanó su cabello hacia donde fluye, hacia la derecha y se acercó al carro. Se montó. Resopló nervioso. No estaba acostumbrado a estar sentado en el asiento del pasajero.


- Hola, muchacho. Gracias por buscarme.
- Mhm…
- Y a estas horas, tú sabes.
Él no dijo nada. La fura le corría por la espina dorsal y explotaba en sus dedos, en la punta de sus dedos.
Todo su cuerpo ardía. Sintió el impulso de apretar el acelerador y que todo avanzara. Pensó en la cara que pondría su padre ante la inminencia del choque. Sonrió.
- No le digas nada a mami, déjame bregar con esto, ok?

Su madre
Actualmente se ocupaba del departamento de Recursos Humanos en una compañía de publicidad con sedes en San Juan, Miami y Texas. De vez en cuando tenía que viajar por cosas relacionadas al trabajo, pero no le molestaba. Por el matrimonio y la vida familiar, extrañaba poder pasar unas horas de la noche sola. Le gustaba tirarse de espaldas y mirar al techo, nunca era lo mismo en un sofá. Y los hoteles siempre tienen jabones miniatura empacados individualmente.
Era cariñosa y organizada. Tenía dos hijos, de los cuales tenía fotos en su wallet. No se las imponía a nadie, pero le gustaba verlas por pocos segundos, en lo que el cajero hace la transacción con la tarjeta de crédito que va a pagar. Hace algunos años las cosas habían dejado de emocionarla. No estaba en edad de enamorarse, su trabajo se divisaba como permanentísimo y estable, sus compañeros de trabajo eran agradables y tenían un pequeño espacio comunal donde calentaba su comida en el microondas y conversaba de cualquier cosa. Sin embargo, ya mismo le tocaba a los hijos irse de la casa, continuar con sus vidas, su rol de madre se estaba volviendo obsoleto. Tenía un poco de miedo. Para desviar sus inquietudes, se había matriculado en clases de vitrales los sábados por la mañana, y luego de gastarse un dineral en el cautín, el regulador, el stand para el cautín, los vidrios, el cortador de vidrios, la pulidora, las gafas y los libros, se sentía a gusto con el nuevo grupo de personas que había conocido. A veces alguien llevaba un bizcocho o un flan para monótonamente celebrarle el cumpleaños a algún compañero. No se figuraba ni un fósforo en todo el taller, hasta que llegó ella, que de vez en cuando fumaba.

Cuando llegaron a la casa el televisor estaba prendido, pero no se escuchaba ni un sonido. Él se bajó primero y subió a su cuarto por las escaleras que ignoran el resto de la casa. Su padre se bajó unos minutos después. Cuando entró, el televisor ya estaba apagado y su esposa se estaba tomando un vaso de agua en la cocina. Ella subió y cerró la puerta del cuarto con seguro. Su padre se sentó en el sofá, como siempre. Prendió el televisor. Todavía la Gulf daba de qué hablar. En el cuarto adyacente se daba la reacción química que acabaría con todo. El fuego que habían olvidado, estallaría nuevamente