domingo, 11 de abril de 2010

Profesora Agosto

Yo soy cualquiera. Aclaro, no quiero decir que soy una cualquiera, sino que soy (o podría ser) cualquiera de nosotros. Mi existencia da más o menos igual. Creo que no me considero una mujer de ambiciones ni grandes logros por la humanidad. Casi por casualidad terminé siendo profesora de francés en la Universidad. Mi padre era un orgulloso francés de montaña (ebanista) que tenía un primo que se fue a nueva York. Mi padre lo acompañó y conoció a mi madre (secretaria). Ella lo ancló en Santurce y nací yo, en medio de un griterío en francés y spanglish. Cuando me tocó decidir qué estudiar en la Universidad, no logré encontrar aquello que me “apasionara” (como todos quieren que hagamos), así que me fui al Departamento de Lenguas Extranjeras; no podría ser muy difícil para mí. Cuando me gradué no supe qué hacer, y pensaba que si no seguía estudiando, nunca encontraría trabajo. En París me acogió un tío ultra lejano (obsesivo compulsivo, amante de caballos) en lo que terminaba mi maestría y doctorado. Cuando volví a Puerto Rico me mudé a Miramar y ahora estoy aquí sentada en un banco en la plaza principal de la Universidad viendo la gente pasar.

Mis estudiantes son buenos. O sea, no todos son los más inteligentes, pero me gusta la complicidad de verlos todos los días y saber sus nombres. Al cabo de algunas semanas siento que puedo predecir cómo van a venir vestidos, o quiénes van a faltar. Quizá ellos hacen lo mismo conmigo y sus otros profesores, pero tal vez no. Yo siempre estoy atenta. En la sección de las diez de la mañana siempre noto a uno. Me recuerda a mi hermano. Tiene algo extraño en la cara, tal vez las cejas y algún abuelo árabe. Es casi imposible no mirarlo. Siempre llega temprano, tiene muy buena pronunciación y yo diría que es de esos que estudia para los exámenes. No sé por qué me llamó la atención. Es bastante callado. Hay otros (y otras) de los que también estoy pendiente, pero no como a éste. Se llama Jorge Medrano.

Siempre me pregunto por qué la gente tiene que escuchar la música tan alto. No es extraño que alguien en la guagua utilice su celular como radio (con vibraciones sin bajo, como en off) para anunciarle a todos allí la última canción de Tercer Cielo. A veces quisiera regañarlos, pero yo no estoy para eso. Además, parece que la guagua no es el lugar para regaños, ni para nada. No se crean, en la Universidad también lo hacen, pero menos. Eso no significa que no estén enviando mensajes de texto o chequeando Facebook en su Blackberry. Yo lo sé porque yo también tengo uno. Cuando fui a renovar mi contrato me dieron la opción de obtener un Blackberry por solo treinta dólares, y ¿por qué no?

Son las dos de la mañana y estoy despierta porque tomé demasiada agua antes de dormir. Me levanté un poco asustada y con unas ganas increíbles de mear. Es que hace frío. Tuve que bajar la velocidad del abanico. Qué raro, dejé el televisor prendido. Juraba haberlo apagado antes de acostarme, pero parece que no. Estaban dando un infomercial de una aspiradora milagrosa. La Compact Taurus 3000 llega a las esquinas debajo de los muebles como ninguna otra aspiradora debido a su diseño esbelto y movedizo. También es muy útil para escaleras. En mi casa no hay alfombras, así que lo apagué. Siempre hay silencio en esta casa, excepto por los carros. Vivo en un segundo piso que da para la Ponce de León y es imposible pedirle a la ciudad que duerma. Me imagino que tiene que ser peor en New York. Por eso no me quejo. Aunque creo que no me quejo tanto. Por ejemplo, ayer fui a una barrita por aquí cerca, La Paloma. El día había sido insoportablemente normal (como todos). Pedí una Medalla y me la bebí tranquilamente. Cuando fui a pagar me cobraron de más, pero no dije nada. Tampoco dejé propina porque quizá la asumieron en los setenticinco centavos adicionales que me cobraron, o quizá subieron los precios. No hubiese dejado propina como quiera.

(Cuando iba caminando para casa vi un grupo de jóvenes yendo a algún lugar. Fue cómico. En el grupo estaba ese muchacho de la clase, Medrano. A los demás no los reconocí. Me miró y sonreímos, pero más nada, como si no nos conociéramos. Tiene una mirada muy particular, es por los ojos que son muy grandes (y las cejas). No sé qué pasó pero me quedé el resto de la noche pensando en él. Me pregunto dónde vive. Tiene cara de que en Guaynabo, pero eso de caras no me gusta.)

Traté de masturbarme. Me sentía rara, pero cuando decidí hacerlo me fui a la cama, me acosté y apagué la luz. Me dejé los panties puestos y empecé a tocarme pero todo era bastante desabrido. Se me hace difícil pensar en cualquier cosa, no sé ni qué me excita. Nunca tengo que ser yo la que pasa el trabajo, es agobiante. Estuve traqueteándome como diez minutos, pero era un poco ridículo. Fui a lavarme las manos y me acosté.

Estaba viendo una película en TCM, cualquiera en blanco y negro, y me llamó mi madre para preguntarme cómo estaba. Hace como tres semanas que no la veo y quedé en acompa¬ñarla a Plaza a que se comprara unos zapatos. Yo también salí con algo, un suéter. Hablamos de la Universidad, de todos los revoluces de recortes y huelgas. Está preocupada porque cree que me pueden botar. Soy la más joven en el departamento y ella dice que a Lenguas Extranjeras lo van a aniquilar, a sacar del mapa por completo. Yo creo que ella lee demasiado los periódicos, pero puede ser verdad. Yo también estoy preocupada, pero por eso me porto extra-bien. Creo que tengo buena reputación porque no soy tan mediocre y le agrado a los estudiantes. Me imagino que se identifican o algo porque soy más joven que los otros fósiles, quiero decir, profesores (demasiado puntuales, demasiado franceses).

Hoy Medrano se quedó después de la clase para decirme que tiene que faltar al examen del jueves porque tiene una cita médica que no puede cambiar, pero que lo puede coger antes, cuando fuese, incluso ahora. Le dije que estaba bien, que podía tomarlo el miércoles con la sección de la una de la tarde. Fue raro. Me hablaba bien de cerca y me dijo que me había visto caminando el otro día. Yo también te vi, le dije.

Hoy estaba en la guagua montada. En ella también iba un loquito gritando incoherencias. Algo sobre un celular, sobre un alboroto. También iban dos chamacos con pantalones de baloncesto diciéndole cosas al viejo. Nada fuera de lo normal. Entonces el viejo habló más alto mientras se bajaba en la Parada 18 con su bulto negro. En la próxima parada se bajaban los chamacos, y uno de ellos comenzó a buscar su mochila para bajarse rápidamente de la guagua. Una mochila nueva, mano, rosita con estrellitas. Buscó en el asiento de al lado, debajo de los asientos, se paró, miró en los asientos de atrás. A todos lados había gente pero no estaba la mochila. Otro viejo loco dijo que el otro viejo loco (el gritón) se la había llevado. Realmente era una teoría dudosa, yo lo vi todo. Una señora alzó las cejas, otros también miraban debajo de los asientos. El muchacho estaba medio molesto, dentro de la mochila estaba su billetera y una libreta. Luego se acordó que también tenía unos mahones. Después se bajaron, olvídate loco. Eso le pasa por despistado.

Al fin llegó el viernes. Esta semana ha sido muy fuerte. Para premiarme me fui al Boricua a sentarme y encontrarme todos esos locos de mi generación que, como yo, llevamos diez años o más brindándole una fidelidad intermitente a la misma barra. Hay gente que le parece raro una mujer bebiendo cerveza sola en una barra, como por ejemplo a mi madre. No me importa. Prefiero hacer esto que ver televisión, es un facsímil razonable. Hoy en día solo dan porquerías en la televisión. Me gusta aquí porque se puede mirar fácilmente a la calle, y por aquí siempre hay promesa de transeúntes interesantes. Me distraje viendo una muchacha que no lograba un estacionamiento paralelo. Me reí. Entonces apareció Medrano. Se sentó a mi lado y pidió una cerveza. Estuvimos hablando un rato.

Cuando terminamos la segunda cerveza, nos miramos. No sé por qué estaba ansiosa, pero me dijo que no tenía nada que hacer. Le dije que camináramos por ahí. Dos cuadras más abajo y tres tecatos más tarde, nos sentamos en la plaza de Río Piedras, creo que se llama la Plaza de la Convalecencia. Me refiero a la que tiene una iglesia y está en frente al tren. Hablamos un rato de cualquier cosa. Me distraje viendo los balcones de la calle Arzuaga, están como abandonados. Vi el Hotel Oviedo y me acordé de la vez que un abogado me convenció de acompañarlo a conocer sus gatos Wendy y Lucas (ambos estábamos borrachos) y me llevó ahí. Nunca supe si de verdad vivía ahí o si fuimos solo por esa noche. (Ahí no había ningún gato.)

Hablamos un rato más y entre una cosa y otra me dijo que yo era muy bonita. Me estuvo raro pero me excité como a los quince años. Entonces le señalé el Hotel Oviedo y le mentí que siempre había querido entrar ahí porque parecía deshabitado (realmente nunca he visto gente entrando o saliendo, incluso a mí misma). Además, me parece interesante cómo está pintado (blanco y verde), le dije. No sé si es que fui muy obvia, pero al rato cuando nos pusimos de pie ambos empezamos a caminar hacia allá (realmente ésa era la dirección de regreso). Tampoco sé por qué, entramos como si lo hubiésemos acordado anteriormente. En el counter estaba un hombre con cara de aburrimiento leyendo la revista Vea frente a un wallpaper de flores. Hace tiempo que no veía una pared con wallpaper ni a alguien leyendo Vea. Como en los hoteles de las películas, había un pequeño cajón de madera con ganchitos donde se cuelgan las llaves de las habitaciones. Titubié, pero le pregunté que cómo eran los precios. Automáticamente empecé a contarle que yo venía de un pueblo lejos y que no tenía pon ni dónde quedarme, como si le importara. Fue estúpido, porque andaba con un hombre.

3-A. Nos sentamos en la cama. Nos besamos como adolecentes. Me quité torpemente la camisa y lo mismo le hice a él. Me detuve y observé su pecho desnudo. Creo que se asustó con la pausa y me quitó los pantalones. Todo sucedía bastante lento. Cuando finalmente estábamos desnudos me di cuenta de lo que estaba haciendo, pero ya era muy tarde. Su piel estaba muy caliente, ardía. Qué raro, yo tenía un poco de frío. El vago aire acondicionado me daba directamente en la espalda, era una de esas consolas ochentosas con rejilla simulando madera. Por eso me acosté y él quedó sobre mí. Se cercioró de que estaba húmeda y me miró como preguntándome. Creo que le dije que sí y se puso un condón y se acercó a mi cara. Ya estaba adentro. Estuvimos un rato en esas. Estuvo bien. El fue muy silencioso, no soltó ni una palabra.

Como eso era un hotel de verdad con tarifa de hotel de verdad, nos dimos el lujo de quedarnos dormidos. A las seis de la mañana me levanté sobresaltada. El ya estaba despierto. Le dije buenos días, creo que es hora de irme. Me bañé, me vestí y nunca dijimos nada. Bajamos los dos a la vez, devolvimos la llave al mismo hombre de la noche anterior y salimos. Estaba amaneciendo y la calle estaba empezando a moverse. Me despedí y le dije que me iba en la guagua. Ofreció darme pon pero le dije que prefería tomar la guagua (era mentira, obviamente). Me acompañó hasta la parada y luego se fue. Me monté en la Uno para bajarme en Sagrado Corazón y volverme a montar en otra Uno para bajarme frente a Pueblo de Miramar y llegar a mi casa. Por lo menos, era sábado.

Hoy me tocó dar la clase de Jorge Medrano. Tengo que admitir que estaba muy nerviosa. Traté de disimular y hablamos sobre el condicional y lo aplicamos a situaciones de la vida diaria que se dan en la ciudad. Una excelente manera de aprender vocabulario útil. El evadió mi mirada un par de veces, pero creo que no se vio raro. En general la gente no está pendiente. Después de la clase se quedó. Luego me llevó a mi casa. Luego ya no supe quiénes éramos.