En la Estación de Roosevelt se montó un joven de pelo marrón, camisa de botones y pantalones. Durante el viaje en tren me miraba, y a veces hablaba por teléfono. Cuando llegamos a Sagrado Corazón, pensando que nuestros caminos se separarían, me miró como despidiéndose. Para nuestra sorpresa, ambos íbamos a tomar la misma guagua en dirección a San Juan. Durante el viaje en guagua, me miraba.
Con la mirada le dije
-Yo no quiero jugar este juego.
-¿Cuál juego?
-El juego de las miradas.
Luego, el asiento a mi lado se desocupó y él se sentó. Desde ahí me miraba las manos. Creo que esperaba que abriera mi libreta.
sábado, 8 de mayo de 2010
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